Tuesday, February 06, 2007

EL FANTASMA

Estaba solo, mirando por la ventana enorme que da al mar anaranjado de las cinco de la tarde. Estaba solo por dentro y por fuera. El inmenso paisaje de la ciudad a mis pies era un reflejo del inmenso vacío en mi corazón, un vacío que se proyectaba sobre esas casas, sobre esas calles, y como reflectado en un espejo deforme, regresaba expandido, desgarrándome por dentro, consumiéndome.

No había nadie en este piso 20. Mi mujer se fue, se llevó a mi hija. Me dejó de querer; despertó un día y era otra, yo la miraba y trataba de encontrarla pero no era ella. Llegué a pensar que yo era un fantasma. Ya no importaba en su vida. Se arreglaba, se vestía pero no era para mí. Sus pensamientos no eran para mí. Yo no existía. Miraba por la ventana que daba a la terraza, donde compartimos tan buenos momentos con los amigos; eso ya no sería igual, mi reflejo transparente en el vidrio me lo confirmaba: era un fantasma contemplando la vida que ya no tenía, lo que quedo atrás, lo que se perdió.

Abrí la ventana, me incliné un poco, todo se veía tan insignificante, tan pequeño como yo me sentía. Sentía la sensación del vértigo, me llamaba, me invitaba; que más daba, yo era un fantasma. Me incliné un poco más y de pronto miré hacia el mar, vi el faro que se erige en la costa y la imagen de la postal que mi hija me regaló en el día del padre apareció en mi mente; su letra infantil, juguetona, salvadora: Papito tu eres el faro que ilumina mi vida.

Cerré la ventana, me senté en la cama, y lloré.